Recuperar una mirada general para reorientar la política de litio

por: Eduardo Paz Gonzáles

Las últimas semanas, el litio ha ocupado las portadas de los periódicos por un conjunto de hechos preocupantes: la inoperancia de las plantas instaladas, el descuido de las piscinas de evaporación, los pasos en falso de la gestión del recurso para su explotación. Las acusaciones han ido y venido entre los antiguos y actuales encargados del proyecto -en realidad, dos proyectos-, desnudando la incongruencia de distintas acciones emprendidas. El tortuoso camino recorrido para que el país pueda contar con un recurso de exportación podría llevar a un pantano judicial sin beneficio para Bolivia y en desmedro de los esfuerzos realizados, por incipientes que puedan parecer. 

Mientras los entuertos legales ocupan la energía de acusados y acusadores, se hace perentorio redimensionar los horizontes factibles de la explotación del litio. Esto supone, por un lado, disipar algunas dulces pero fatuas promesas sobre el magnífico desarrollo que se pensó que podría conllevar el litio. Por otro lado, hay que replantearse los caminos posibles y unos derroteros realistas a fin de lograr un aprovechamiento del llamado “oro blanco”.

El litio no sustituirá el gas

El litio adquiere protagonismo en la última década porque es un elemento imprescindible -al menos por ahora- en la elaboración de baterías para automóviles eléctricos. La urgencia que impone el cambio climático y la necesidad global de cambiar de matriz energética pusieron al litio en el centro de interés. La legislación en varios países de Europa incentiva la compra de vehículos eléctricos, apuntando a que en el mediano plazo se sustituya todo el parque automotor. Las subvenciones propiciaron que en China el parque automotor eléctrico aumentara de una manera significativa. En 2022, 5% de los vehículos en las calles eran eléctricos, un porcentaje que puede parecer modesto, pero que representa un crecimiento sostenido. Estas señales dieron a anticipar que la demanda del litio se iba a expandir y que el precio de la tonelada de carbonato de litio -o su equivalente- al menos se mantendría. 

Sin embargo, el camino ha sido más espinoso. En uno de los mercados más grandes de automóviles, Estados Unidos, hay una desconfianza profunda en los autos eléctricos. Empresas como General Motors o Ford, que habían hecho anuncios optimistas de que “the future is electric”, tuvieron que emitir comunicados en los pasados cinco años retractándose de su paso acelerado a construir autos eléctricos de manera masiva. La misma semana que en Bolivia se hacían acusaciones sobre el mal funcionamiento de las piscinas de evaporación, Tesla -del magnate Elon Musk- y BYD -la más grande compañía china de autos eléctricos- recortaron precios de distintos modelos para hacerlos más accesibles al público. Entre 2023 y 2024 no han faltado los anuncios de las empresas de vehículos eléctricos que recortan planes e inversiones en el rubro. 

Toda esta dinámica explica por qué después de un pico del precio del carbonato de litio a finales de 2022/inicios de 2023, que llegó a 80.000 dólares la tonelada, se ha desplomado hasta llegar a algo menos de 20.000 dólares. El precio, no obstante, no es malo desde la perspectiva de un productor. A las empresas en Chile, que tienen condiciones climáticas óptimas, les cuesta como 5.000 dólares producir una tonelada, por lo que se puede estimar que la ganancia bruta por tonelada es de unos 12.000 dólares. Esto dicho con reservas. El litio no se transa como otros bienes en un mercado abierto, sino que proveedores y demandantes tienen arreglos que consideran la demanda para las modificaciones del precio según umbrales acordados previamente. 

En estas condiciones, el gobierno boliviano hizo anuncios diversos sobre cuánto litio podría poner en el mercado en un plazo relativamente breve. Esos anuncios han estado entre las 5.000 toneladas y las 20.000, o 25.000 cuando han sido realistas (alguna declaración desatinada indicaba que venderíamos 100.000 toneladas, absurdo por donde se lo vea). Esos montos transados en condiciones actuales podrían hacer que el litio se ubique entre los primeros cinco productos de exportación del país, compitiendo con la soya y el zinc. Pero se está muy lejos de sustituir los mejores años de exportaciones de gas con litio. 

Exportar litio, sobre el cual se han cargado demasiado los adjetivos, no será como abrir las minas del Rey Salomón. El ingreso realista, de corregir los traspiés, no es despreciable considerando la frágil economía boliviana, aunque sin duda sería un capítulo más en una historia de exportación de materias primas. 

Una cadena de valor global                 

Para no reeditar la historia del país colonial que vende minerales, se anunció a lo largo de los últimos 18 años que el litio sería industrializado. Típicamente, el carbonato de litio -aunque cada vez más, el hidróxido de litio- es insumo para la fabricación de cátodos que, a su vez, son ensamblados en una batería y estas van a los autos. Para hacer cátodos se necesitan otros minerales de los cuales Bolivia no dispone, por ejemplo, cobalto. Fabricar automóviles es algo que queda un pelín más allá -y un pelín es un eufemismo. 

Incluso si se encontrara un suministro próximo, las condiciones juegan en contra: los grandes mercados de automóviles no se encuentran en América Latina, salvo por Brasil y México, que son considerables. Son diversas las empresas chinas o indias que han tentado con cantos de sirena no solo a Bolivia, sino a Chile y Argentina, con la instalación de plantas de cátodos, pero ningún esfuerzo serio se ha hecho en esa dirección. Y en ello hay razones de monopolio tecnológico involucrado. La gran ventaja de China sobre Estados Unidos son sus métodos de producción de cátodos y ensamblaje de baterías. Inclusive, Tesla dependió de la china CATL para sus automóviles, aunque en el tiempo reciente haya optado por Panasonic como su proveedor.

Estamos en el campo de alta tecnología que además se asocia a unas cadenas de suministro establecidas y adecuadas a la circulación del capital. China, que se despliega agresivamente con su iniciativa de Belt and Road -antes llamada la nueva ruta de la seda- , ha favorecido que sus empresas instalen plantas ensambladoras de autos en Polonia y Hungría, es decir, en la puerta de las potencias de Europa occidental. Cuando no se trata de su estrategia hacia Europa, sus plantas están en el otro gran mercado que es la misma China y países circundantes. La insistencia en lo que hace la China proviene de que son empresas chinas -algunas privadas, otras estatales- las que mantienen un control de amplias porciones del mercado, tanto de baterías como de autos eléctricos.

Existen otras empresas gigantes en el litio. Las dos empresas que tienen explotaciones en operación en Argentina, Allkem y Livent, se encuentran en proceso de fusión para convertirse en Arcadium Lithium. En Chile se cuenta la originalmente estatal Soquimich, que hoy tiene entre sus accionistas a la china Tianqi. Además, Albemarle, de origen norteamericano, sigue operando e incrementando su relevancia por los acuerdos para el suministro de litio a Estados Unidos. Entre estas hay que sumar a la china Ganfeng, que tiene subsidiarias repartidas por el globo y que aspira a ser la mayor proveedora de litio mundial. Estas empresas, evidentemente, se conducen en función de objetivos empresariales y sería ingenuo pensar que otros competidores emergentes, entre ellos los que se aproximan a Bolivia, lo hacen por filantropía. Se hace pues necesaria una vigilancia para entender que cualquier posible socio boliviano juega en un campo de negocios muy agresivo.  

Si bien China -a través de empresas o acciones de gobierno- ha capacitado gente en Bolivia, eso no crea la masa crítica para realizar un salto tecnológico que permita plantearse hacer cátodos. Habría que repetir, quizás por vías aún más arduas, el camino de desarrollar por nosotros mismos la tecnología necesaria. En esto China no es necesariamente un ejemplo a copiar. Las mismas empresas chinas, en distintos momentos, pusieron a sus socias occidentales en figurillas, al ofrecerles el acceso a un mercado enorme a cambio de trabajar en conjunto y “compartir” tecnología. Empresas de distintos lugares aceptaron ciertas condiciones por las cuales sus patentes les eran copiadas a cambio de vender en el mercado más grande del planeta -hoy en segundo lugar por la India. 

Lo anterior no busca desanimar y sentenciar que nuestro sino deriva irremediablemente en vender materias primas. Básico como pueda parecer, alcanzar una fórmula y método propio de extraer litio de Uyuni y Pastos Grandes que tenga las especificaciones de pureza que son demandadas por empresas aguas abajo en la cadena del litio, se constituiría en un avance importante considerando los límites a cursos de acción posibles. Ese punto de llegada es discreto, pero pensado en términos realistas puede coadyuvar a pensar una relación concreta de qué se necesita, con quién se puede negociar y qué usos internos, en aplicaciones más locales del litio, están disponibles. Esto supone pensar en las aplicaciones de química básica además de otras aplicaciones de almacenamiento energético que pueden tener interés regional. Discutir estos temas resulta crucial y para que ello sea productivo será necesario también transparentar las gestiones y evaluar los avances y yerros a fin de bajarnos del poni y proseguir en serio.        

Investigador posdoctoral CONAHCYT/El Colegio de México

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